Ser optimista no debería ser sólo una opción, sino un compromiso ético. Sin embargo, la realidad, implacable y tozuda, nos enfrenta a veces con metas que parecen espejismos, siempre visibles, pero eternamente fuera de alcance. Uno de esos anhelos que guardo, aunque sé inalcanzable, es el de dirigir algún día el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa, gremio al que pertenezco y que, a todas luces, necesita un nuevo horizonte.
Renuncio, sin embargo, a tal pretensión. La razón es sencilla y dolorosa: la politización ha contaminado hasta las raíces mismas de nuestros gremios. Una y otra vez, los partidos políticos, voraces e insaciables, se disputan el control de las asociaciones, manejándolas como peones en su ajedrez de intereses. La pureza gremial se ha visto empañada por agendas externas que no responden a las verdaderas necesidades de la clase trabajadora.
Hoy más que nunca urge que los hombres y mujeres de la comunicación estrechemos filas con unidad de criterio, dejando a un lado intereses mezquinos y divisiones inútiles. Sólo así podremos blindar nuestros gremios contra la manipulación política y devolverles la esencia para la cual fueron concebidos: servir con integridad, defender nuestros derechos y elevar la dignidad de nuestra profesión.
Clamo, con humildad pero con firmeza, por una nueva era de compromiso auténtico y transparencia. Que la dignidad sea nuestro estandarte y la verdad nuestra bandera. La unión es la única muralla capaz de resistir las tormentas de intereses que pretenden arrebatarnos lo que con tanto sacrificio hemos construido.
Los deseos son lejanos, sí, pero la esperanza no ha muerto. Y mientras haya palabra, habrá también lucha.
“Porque Dios no nos ha dado espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.” (segunda a Timoteo capítulo uno, verso 7).
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